Por: Juan Manuel González Montiel
En alguna ocasión ya he compartido que alguna vez acudí a un centro comercial entre semana, había alrededor de 15 vehículos estacionados en la zona de estacionamiento que debe tener capacidad para más de 200 y estando ahí pude observar dos casos muy específicos. Uno en el que una camioneta de lujo se estacionó en un lugar reservado para embarazadas, y bajo una familia completa, padre, madre y dos hijos adolescentes. Cabe mencionar que no había signo de embarazo alguno en la madre.
En otro espacio para personas con capacidades diferentes, una joven buscaba algo en su auto, su padre salió a ayudarla, lo encontraron e ingresaron a la plaza. Ninguno de los dos tiene alguna discapacidad y él, es una figura importante en el ámbito educacional del estado.
Esto es lo malo del liderazgo ejemplar, señales que mandamos a los que nos rodean y a las nuevas generaciones, enmarcadas por el ejemplo, que van creando una sociedad que no da importancia o que carece de ciertos valores.
En un caso sin duda era un empresario exitoso, en el otro un funcionario muy importante y reconocido; ambos ocupando un espacio reservado para otras personas y aún con más del 80 % de espacio libre. Eligen su comodidad por no caminar 20 pasos o algunos metros.
Casos como estos hay muchos, y sucede un fenómeno preocupante en toda organización jerárquica. Entre más alto el nivel que ocupamos en una organización, más poder pareciera que tenemos para infringir reglas, pasar sobre los demás, someter a otros a nuestras prioridades u otros comportamientos incorrectos.
Entonces nuestros subordinados, compañeros, amigos, familiares observan y comparten una idea de que entre mayor sea el rango jerárquico, entre más importante sea uno, más privilegios tiene sobre los demás y sobre las reglas o comportamientos basados en valores de la sociedad.
¿Es esto lo que queremos enseñar y fomentar? ¿Es este el liderazgo ejemplar que marca la diferencia en las organizaciones? Ciertamente no. Las teorías y propuestas de enfoque de liderazgo buscan dirigir u orientar a un grupo de personas al logro de un objetivo en común, o a la consecución de resultados de una organización, ya sea pública o privada, que siempre en todos los casos comparten una misión, visión y enfoque de responsabilidad social.
La realidad es que todas estas personas son líderes, ya sea por el liderazgo otorgado solo por la posición jerárquica, o ya sea porque en realidad son personas que influyen en otras y las conducen en alguna dirección. Si bien pueden ser personajes que logren un resultado general positivo para la sociedad, al mantener estos comportamientos seguimos contribuyendo a no formar una base sólida de valores en la sociedad.
Es bien cierto que incluso los grandes líderes han tenido tropiezos en sus vidas, basta averiguar un poco sobre Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, el Papa Juan Pablo II o Martin Luther King para encontrar que en algún momento de su vida fueron impacientes, groseros, mal educados o respondieron con ira ante alguna situación. Y es que el liderazgo ejemplar no trata de ser una persona que el 100 % de las ocasiones se comporte de manera ejemplar, pero sí busca que en el comportamiento general se tenga congruencia, es decir, que lo que se piensa, se dice y se hace vaya en la misma línea.
Para mejorar el ejemplo que estamos transmitiendo a las nuevas generaciones, y si queremos sentar las bases de una sociedad respetuosa y orientada a los valores, debemos comenzar a actuar en las pequeñas cosas que nos sentimos tentados de ocupar como un privilegio del liderazgo y que menospreciamos por lo simples que pueden ser. Si preguntamos a las personas por qué ocupan lugares para embarazadas, por qué hacen esperar a los participantes de una reunión, por qué usan sus influencias para no hacer fila, entre muchos otros. Sus respuestas serán que no es la gran cosa, son solo cinco minutos, se permiten eso porque conocen un amigo que puede ayudarles, en otras palabras, siempre tendrán un argumento que justifique el mal comportamiento.
Por eso propongo reflexionar al menos sobre dos grandes aspectos que he visto con frecuencia durante los últimos años y que algo parece haber sucedido con la pandemia que provocó un incremento en ellos.
El primero es la puntualidad y uso del tiempo de los demás. En este caso es muy común que cuando tenemos una reunión con un director, un líder de una organización, o un personaje importante, acudimos con puntualidad a la reunión, o si nos encontramos con alguien más, apresuramos para terminar a tiempo o interrumpimos y nos disculpamos, puesto que tenemos una reunión después.
Pero es muy diferente cuando uno de nuestros colaboradores quiere hablar con nosotros, o cuando un proveedor desea presentarnos sus servicios. Solemos no interrumpir lo que estamos haciendo, no apresurarnos o preocuparnos por llegar a tiempo. Al final, sabemos que pueden esperar algunos minutos. En algunos casos más, es muy frecuente la cancelación de reuniones algunas horas o minutos antes, e incluso he llegado a experimentar cancelaciones al momento, una vez habiendo esperado hasta 20 minutos para ser recibido.
El tiempo es igual de valioso para todos, lo mismo vale un minuto del conserje que un minuto de un presidente, las personas merecen el respeto de su tiempo y debemos actuar en consecuencia. Siempre he sostenido que no importa la importancia o nivel jerárquico que posea tu interlocutor, si ya has dado tu palabra de estar con alguien más y se ve en riesgo que incumplas en tiempo, es necesario avisar al otro e informar que tienes otra reunión. Todas las personas y su tiempo son valiosos. Solo resta reflexionar cuando fue la última vez que jugaron con nuestro tiempo y como nos sentimos. Como líderes ejemplares no debemos despertar ese sentimiento en nadie.
El segundo aspecto que ha crecido en los últimos años es la falta de atención al interlocutor, provocada por el uso de la tecnología y por la dependencia que hemos creado del uso del teléfono.
Este comportamiento es cuando estás conversando uno a uno, o en un pequeño grupo, y de momento alguna de las personas recibe una llamada y la atiende. Algunas veces las llamadas de personas de nivel inferior del organigrama suelen ser ignoradas y no atendidas, pero en relación con el comportamiento anterior, cuando la llamada es de un superior es atendida de inmediato, generando un descontrol o una distracción por la interrupción en la conversación.
De manera similar, este fenómeno sucede cuando en medio de una llamada telefónica, una persona interrumpe o solicita algo a alguno de los que realiza la llamada. Es decir, puedo estar yo en una llamada con una conversación y mientras la otra persona habla, yo atender a una persona físicamente, ya sea con señas o en el peor de los casos, con un diálogo.
Está comprobado que el cerebro no posee la capacidad de atender dos conversaciones al mismo tiempo, por esto, es que cuando las personas hacen esto de atender una llamada y además una persona físicamente, terminan por decirle a alguno de los dos “disculpa, qué me decías” o “perdón, no entendí bien, me repites”.
Debemos volver a aprender que merecemos toda la atención de nuestro interlocutor, y así, el otro también la merece. Además, es muy simple entender el porqué, reflexionemos sobre cuánto tiempo nos representa de “ahorro” el mantener dos conversaciones al mismo tiempo. La realidad es que los segundos o minutos que podamos ahorrar no representan un impacto en nuestra productividad, además, no son ahorrados, simplemente son mal invertidos al tener conversaciones más largas con más interrupciones y distracciones.
El liderazgo ejemplar que debemos demostrar es uno que sea congruente con los valores que profesamos y que son parte de la idiosincrasia de nuestro entorno. No debemos sucumbir ante los falsos privilegios de disponer del tiempo y atención de otros, eso no es un beneficio, es solo una falta de respeto.
Ser un líder ejemplar no tiene nada de malo, lo malo es que tenemos comportamientos que no son parte de ser un líder ejemplar porque caemos tentados a los privilegios de una posición jerárquica que hemos corrompido como sociedad. Un líder ejemplar es aquel que predica con el ejemplo, respetando y promoviendo el cumplimiento de reglas y valores de la sociedad, incluso cuando nadie está viendo, eso es integridad.
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