Por: Silvino Vergara Nava
“Una dictadura perfecta tendría la
apariencia de una democracia, pero sería
básicamente una prisión sin muros en la que
los presos ni siquiera soñarían con escapar.
Sería esencialmente un sistema de
esclavitud, en el que gracias al
consumo y el entretenimiento,
los esclavos amarían su servidumbre”.
Aldous Huxley
“Un mundo feliz” (1932)
Una de las novelas de la época de principios del siglo XX, fue la emblemática: “Un mundo feliz” del inglés Aldous Huxley, que hace mención de lo que sucedería en el futuro si es que, las cosas continuarán en las condiciones en que se encontraban, es decir, los sistemas de los países europeos explotando con la ciencia y la tecnología el planeta, observando cómo el capitalismo productivo estaba en crisis e ingeniándoselas en controlar las poblaciones de las naciones y rescatar a las empresas mundiales.
Cabe enfatizar que, esa novela se escribió después de la Primera Guerra Mundial y a unos años de que explotara la denominada: “Gran Depresión” que causó estragos a partir de 1929 en muchos de los países de Europa y del mundo en general, hasta llegar a la pobreza generalizada.
En esa novela se hacía mención de como se debería de vivir en un hiper-individualismo, para poder lograr que la vida fuera en un “mundo feliz”, sin las preocupaciones matrimoniales, familiares e incluso, de salud, pues para esto último siempre había una solución llegando a la propia eutanasia y así se podía vivir feliz y morir en paz.
Un fragmento de la novela: “El mundo es estable ahora. Las personas son felices; tienen cuanto desean, y no desean nunca lo que no pueden tener. Están a gusto, están seguras, nunca están enfermas, no tienen miedo a la muerte, viven en una bendita ignorancia de la pasión y la vejez, no están cargados de padres, ni madres; no tienen esposas, ni amantes que les causen emociones violentas, están acondicionados de tal suerte que prácticamente, no pueden dejar de comportarse como deben. Y si cualquier cosa anda mal, ahí está el soma.”
De estas ideas es por lo que pareciera que muchos de los mexicanos votamos por la transformación en 2018, que llegó al récord de 30 millones de personas. Algunos de los votantes, lo hicieron porque era ya insostenible como se estaban dando las cosas en la administración pública federal anterior. Particularmente, que se vivían dos o más mundos, el mundo de la realidad diaria de cada ciudadano de a pie y el mundo de lo que sucedía en las altas esferas del gobierno. Mientras que unos se las ingeniaban para saber cómo sobrevivir y tener para comer, otros se las ingeniaban para saber cómo obtener más ganancias, concesiones, permisos, licencias, etc. En esa segunda parte, lo que prosperaba eran los negocios, claro está que eran los negocios de los que no se invertía; todo era ganancia, no había costos, pues los costos los absorbía el propio gobierno para resolver el permiso, la licencia, la autorización, etc.
Debido a esa cruda realidad que vivía sobre todo la clase media a la que hoy desde el Palacio Nacional le llaman “aspiracionista” como si eso fuera un pecado o algo incorrecto e inapropiado fueron los que votaron en 2018 a favor de la transformación; para que no se vieran esos espectáculos bochornosos para muchos que, en tanto se ponía en juego en un campo de golf o en las mejores oficinas de Santa fe en México el destino de poblaciones enteras, municipios, empresas que no pueden competir contra las que reciben los privilegios del gobierno, trabajadores, estudiantes, agricultores, etc. Y que la otra gran parte de la población se la está jugando todo el día acudiendo a sus trabajos, escuelas, oficinas, talleres, que son precisamente los que votaron por esa transformación. En resumen, no deseaban ver lo que se sigue viviendo hoy, con esta administración pública federal, con esta denominada “transformación”: dos Méxicos diversos, que es exactamente lo mismo a lo que sucedía antes, pues en tanto desde el Palacio Nacional la vista se ve excesivamente optimista y el único dato que se consulta a diario es el valor del peso ante el dólar. Del otro lado de la calle, fuera del Palacio Nacional, la realidad es completamente diferente, pero igual que en las administraciones públicas anteriores, hay que ingeniárselas para sobrevivir. Ese “mundo feliz” de las administraciones públicas pasadas es exactamente lo mismo que en esta administración pública federal, quizá con otro discurso, a lo que se denomina como: “gatopardismo” (que todo cambie para que todo siga igual) pero finalmente, es el mismo “mundo feliz” del Palacio Nacional.
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