Por: Fernando Méndez Sánchez

La historia y el patrimonio artístico-cultural de la ciudad de Puebla de los Ángeles no tiene comparación. He caminado por sus calles como ciudadano y como consumidor de sus tiendas y deliciosas botanas, pero he tenido la fortuna de hacerlo también como alumno de posiblemente uno de los catedráticos que con mayor vehemencia han defendido la herencia angelopolitana: Juan Pablo Salazar Andreu, el Cronista de la Ciudad. Gracias a ello, puedo afirmar sin temor a equivocarme que caminar por las calles de Puebla, es caminar por la historia como rara vez se puede realizar en otras urbes.

Fundada en un valle con una leyenda que viaja entre sueños, religión y pragmatismo. Custodiada por sus fieles guardianes el Iztaccíhuatl y Popocatépetl, Puebla se presenta todavía, al menos en su Centro Histórico como una representación del Virreinato. Su original designación es la de Puebla de los Ángeles, siendo este último término el que es a la vez su verdadero nombre, con los que se podrían confundir y que actualmente se encuentran en la Península Ibérica, tal y como son: Puebla de Albortón en Zaragoza, Puebla de Alfiden en Badajoz, Puebla de Arganzón en Burgos, Puebla de Azaba en Salamanca, por citar algunos. 

Tras la caída de Tenochtitlán en el siglo XVI, las autoridades hispánicas se orientaron tanto filosófica como políticamente hacia un modelo urbano que jurídicamente se opusiera a la encomienda y a la explotación indígena, lo que daría lugar al establecimiento de un centro poblacional en donde los castellanos pudieran vivir y sustentarse en lo que se conoció como una “república de españoles”. Ciertamente, personajes como Fray Toribio de Benavente o Fray Julián Garcés, son reconocidos, con justo valor, como personajes centrales en la fundación de la ciudad de la Puebla de los Ángeles; sin embargo, cabe señalar a uno más cuya labor le ha de considerar como el artífice intelectual de la Angelópolis: Mercurino Arborio Gattinara.

Nacido en Piamonte en el año de 1465, como miembro de una familia noble, estudió Derecho en la Universidad de Turín, mostrando grandes aptitudes para el ejercicio de la jurisprudencia, llamando la atención del Duque de Savoy, Filiberto II, quien le ofrece ser consejero de su esposa Margarita. A los cincuenta y cuatro años de edad, Gattinara pasa a ser Gran Canciller del que llegaría a ser el Rey Emperador Carlos, en quien el jurista piamontés ve al Dux Novus que podría llevar a la cristiandad a la era del Espíritu Santo conforme al pensamiento milenarista de Joaquín de Fiore; quien señalaba en dicha era un cambio definitivo de los tiempos, dando inicio a un periodo de verdadera moralidad y conciencia cristiana. La profecía apocalíptica del reino milenario anunciaba, entre otras cosas, la liberación y reconstrucción del monte Sion y Jerusalén por obra cristiana, una ideología que permitiría que Castilla se extendiera no solo a las nuevas tierras, sino al mundo entero, con Carlos Emperador a la cabeza. Gattinara consideró que los dominios acumulados por el Rey Emperador Carlos eran una clara señal de que este último estaba destinado a convertirse en el gobernante de una monarquía universal a la que el resto de territorios y dirigentes, sin perder sus peculiaridades políticas y jurídicas, estarían vinculados en calidad de súbditos. Gattinara, como gran canciller de todos los reinos y estados, asumió la responsabilidad de organizar administrativamente este cuerpo de territorios, gobiernos y jurisdicciones tan complejo, sin perder nunca de vista el proyecto de esta monarquía universal. La visión de Gattinara sobre el nuevo mundo y su importancia en la denominada “Era del Espíritu Santo” se puede reflejar en su obra “La Gran Ciudad de Tenochtitlán”, en la que describe los asentamientos urbanos, las provincias y la cantidad aproximada de habitantes en el Nuevo Mundo. 

El encadenamiento de este jurista y político con la fundación de Puebla se encuentra plasmado en las prácticas e ideología de los oidores de la Segunda Audiencia de la Nueva España. Los cuales en algún momento u otro, estuvieron relacionados y supeditados jerárquicamente al “Gran Canciller” y cuando finalmente llegaron a la Nueva España, tomaron mucho del pensamiento de Gattinara, aun cuando Puebla fue fundada un año después de la muerte del Canciller; pero sus ideales milenaristas y humanistas se materializarían con la ayuda de Juan de Salmerón, oidor de la Segunda Audiencia de la Nueva España. Aunado a lo anterior, los primeros religiosos Franciscanos que vinieron a la Nueva España, traían también la influencia del pensamiento de Joaquín de Fiore, lo que con la ayuda de la influencia de Gattinara en la Segunda Audiencia, los inspiró a realizar un ensayo de un centro urbano milenarista en el Nuevo Mundo, que se oponía a la figura de la encomienda: La Puebla de los Ángeles.

Los Oidores de la Segunda Audiencia tuvieron instrucciones de instalar una población cristiana en la provincia de Tlaxcala, una ciudad a ‘título de ensayo’ como llamaron al proyecto humanista los miembros de la Segunda Audiencia. Así surgió la urbe que al finalizar el siglo XVI sería considerada la segunda en importancia del Reino de la Nueva España y que se encontraba en medio de la vía comercial más frecuentada. Sirviendo de lugar de descanso y comunicación entre el puerto de arribo de las mercancías procedentes de la Península Ibérica, que era Veracruz con la capital y principal centro consumidor y distribuidor del virreinato.

Puebla de los Ángeles cumplió con las ambiciones milenaristas de Gattinara y de los franciscanos. Se estableció en una región casi deshabitada, en la que no existía población indígena y que reunía todas las cualidades requeridas para que en ella prosperara un centro urbano. La fundación oficial de Puebla de los Ángeles tuvo lugar el 16 de abril de 1531, con una misa solemne.

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